Según el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia del Observatorio de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 62,9% de los menores que viven en la Argentina están en situación de pobreza, el 16,2% se encuentran en la indigencia, el 32,3% de los niños y adolescentes sufren inseguridad alimentaria y el 13,9% de la población infantil padece inseguridad alimentaria severa. En el impactante artículo “El hambre, sin final feliz” (La Nación), se informó que, según la octava encuesta de hogares que realizó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), “un millón de niños argentinos se van dormir sin cenar”, y si se incluye a quienes se saltean alguna comida durante el día el número se eleva a un millón y medio. Según Unicef Argentina, el 70% de los niños argentinos viven en situación de pobreza y el 30% de ellos lo hacen bajo la línea de pobreza extrema.
Entre 2011 y 2023 se registró un aumento de la cantidad de hogares con problemas para acceder a la canasta básica alimentaria. Esta tendencia persiste en 2024, y llega actualmente a los niveles detallados. Un país básicamente exportador de alimentos tiene un porcentaje importante de su niñez con déficit nutricional a pesar de la loable acción paliativa de políticas públicas de ayuda social. La idea es enfatizar intervenciones aplicables al período de la vida que nos interesa proteger en cuanto al neurodesarrollo. Recordemos que en el marco normativo se destaca la ley 27.611 de atención y cuidado integral de la salud durante el embarazo y la primera infancia, conocida como “ley de los 1000 días”.
En un momento del país en el que en el centro del debate está la educación pública de calidad como instrumento idóneo para la movilidad y el desarrollo social, es muy importante entender que una situación de equidad (de igualdad de oportunidades) solo es posible si está garantizado el neurodesarrollo de nuestros niños. Y eso ocurre antes del ingreso al nivel preescolar. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) define como micronutrientes a pequeñas cantidades de vitaminas y minerales requeridos por nuestro cuerpo para la mayoría de las funciones celulares. No debemos confundirlos con los macronutrientes, los cuales son requeridos en grandes cantidades (carbohidratos, proteínas y grasas).
Los primeros años de la vida constituyen un período crítico para el desarrollo del cerebro. Las conexiones neuronales aumentan y la mielinización se consolida. Las vainas de mielina recubren nuestros nervios y eso es crucial para la transmisión de las señales nerviosas. Todo este proceso tiene un alto requerimiento de micronutrientes. María Julieta Binaghi, en el reciente artículo “Biofortificación, nueva estrategia para disminuir déficit nutricionales” (Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA), señala que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la deficiencia de micronutrientes (vitaminas y minerales) es uno de los factores que generan una significativa carga mundial de morbilidad. Según la autora, la fortificación de alimentos con micronutrientes es una de las mejores estrategias por su relación costo-efectividad. Unicef plantea que “el hambre oculta” es la que se origina por la carencia de micronutrientes.
Horacio González y Silvana Visentin, en un artículo publicado por la Sociedad Argentina de Pediatría (“Micronutrientes y neurodesarrollo”), explican: “Los micronutrientes se incorporan a la estructura del sistema nervioso central y cumplen importantes roles funcionales, estimulando el desarrollo, la migración y la diferenciación de las células nerviosas”. Los autores se enfocaron en el rol de los micronutrientes en el desarrollo de la estructura y función cerebral infantil. Expresan que un adecuado aporte de micronutrientes como el calcio, cobre, colina, cinc, hierro, ácido fólico, iodo y vitaminas impactan positivamente en el desarrollo cerebral. Es un proceso dinámico determinado genéticamente pero modulado por un conjunto de factores epigenéticos.
Nos enfocaremos en los micronutrientes menos conocidos. La colina participa en el proceso de proliferación, diferenciación y migración de las células progenitoras neuronales. Es un componente de las membranas celulares y es un precursor del neurotransmisor denominado acetilcolina. El aporte de colina en la gestante al actuar sobre las neuronas del hipocampo mejora el aprendizaje, la memoria visoespacial y auditiva. En el caso del cinc, su deficiencia puede afectar el desarrollo cognitivo. Sus funciones están relacionadas con la expresión de genes, el desarrollo y replicación de células, la síntesis de ARN y ADN, y tiene un papel estructural y regulador de numerosas enzimas. El cobre es fundamental para una enzima que interviene en la síntesis de los fosfolípidos que constituyen las vainas de mielina del sistema nervioso.
En cuanto a las vitaminas que influyen en el neurodesarrollo, se destacan: vitamina A, B1, B6, B9 (ácido fólico), B12, vitamina C, D y E. El ácido fólico es esencial para síntesis de varios neurotransmisores como dopamina, serotonina y noradrenalina. Su deficiencia durante la gestación se relaciona con defectos del cierre del tubo neural (espina bífida). La vitamina B12 es fundamental para la preservación de la vaina de mielina que cubre los nervios craneales, espinales y periféricos. Su deficiencia puede provocar mielopatía, neuropatías, alteraciones neuropsiquiátricas y atrofia del nervio óptico.
La vitamina C es un cofactor de numerosas reacciones enzimáticas interviniendo en la modulación de los neurotransmisores y en la formación de mielina. La vitamina D está vinculada a la expresión de genes que determinan el crecimiento del cerebro y el cerebelo. Su deficiencia genera en la edad adulta trastornos conductuales, de la memoria y del aprendizaje. La vitamina E es un antioxidante que mantiene la integridad de las membranas celulares y es esencial para el adecuado funcionamiento del sistema nervioso.
La pregunta que se impone es qué intervención costo-efectiva se podría aplicar, considerando la relación entre los micronutrientes y el neurodesarrollo de los niños. Esto implica enfocar la nutrición en tres etapas: la mujer gestante, la lactancia y los tres primeros años de vida. En el artículo de Binaghi se define claramente la diferencia entre fortificación y biofortificación. El Codex Alimentarius Internacional define la fortificación o enriquecimiento como la adición de uno o más nutrientes esenciales a un alimento con el propósito de prevenir o corregir una deficiencia demostrada en la población. Biofortificación es el proceso de aumentar la densidad de micronutrientes en cultivos básicos mediante técnicas de mejoramiento convencionales, prácticas agronómicas o modificación genética.
La Argentina, Perú y Ecuador han aplicado en distintos períodos programas de suplementación con micronutrientes múltiples en niños mediante polvos con cobertura lipídica (“sprinkles”) que se mezcla con comida semisólida al momento del consumo. Cochrane Ecuador ha demostrado evidencia de su utilidad mediante una revisión sistemática y fue recomendado por Unicef y por la OMS en numerosos países. Existen diversas estrategias vinculadas a la nutrición infantil: difundir los beneficios de la lactancia materna, proveer una alimentación adecuada y diversificada, proveer alimentos fortificados, la suplementación mediante el agregado a la comida de polvos con micronutrientes múltiples, y la biofortificación mediante cultivos tratados para que contengan una mayor concentración de micronutrientes.
Nevio Borrone, doctor en biología y medicina y pionero en este tema, destaca el rol de los micronutrientes en el crecimiento, el neurodesarrollo, la inteligencia, la inmunidad y en la mejor disponibilidad de energía.
El doctor Esteban Carmuega (Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil) advertía hace unos años que desde la concepción hasta los dos años de vida existe una ventana de oportunidades en la que se juega gran parte del destino de las personas. “No hay inversión más inteligente ni más rentable para la sociedad que invertir en los primeros mil días de vida”.
Tener en la Argentina tantos niños sumergidos en una inseguridad alimentaria severa con una nutrición cerebral deficiente constituye una verdadera catástrofe social. Parafraseando a Francisco Mora, doctor en neurociencias citado por nuestro maestro Jaim Etcheverry, podríamos decir que, más allá de la genética, somos lo que la nutrición y la educación hacen de nosotros.
Fuente: La Nación